El mercado inmobiliario no es ajeno al impacto mundial del Covid-19. La pandemia y sus nuevas rutinas han sumado nuevos y urgentes factores a la decisión de compra. Evitar las aglomeraciones hoy es altamente valorado a nivel de higiene y seguridad: en este nuevo contexto, los edificios de baja densidad emergen como una tendencia de alto interés para inversionistas y compradores que privilegian espacios más amplios que faciliten el distanciamiento social.
¿Ejemplos prácticos de “baja densidad”? Departamentos más amplios, recintos comunes espaciosos y mayor cantidad de ascensores: todo eso ayuda a mantener mejor las distancias en esta “nueva normalidad”.
En el diseño de un edificio, la baja densidad implica necesariamente una cantidad menor de departamentos y un menor número de habitantes totales. En la práctica, ello ofrece importantes ventajas en el uso de los espacios comunes como salas de eventos, piscinas, lavanderías o gimnasios; también previene aglomeraciones en lugares de tránsito diario como ascensores, halls de entrada y accesos a estacionamientos.
Otro punto relevante: el desgaste propio por el uso intensivo de la infraestructura es menor en edificios de baja densidad, pues su uso es naturalmente más bajo. A largo plazo, el menor tránsito redunda en menores gastos de mantención y extiende la calidad estética de la obra gruesa y terminaciones.
Finalmente, a nivel administrativo, un menor número de propietarios simplifica las decisiones sobre el uso de los espacios comunes y el control de los accesos al edificio. Todo ello optimiza la seguridad y la convivencia, dos aspectos que han ganado altísima relevancia durante el 2020.